Soy un Cliente Insatisfecho de Google Maps. Te Explico Por Qué
Pocas revoluciones tecnológicas han sido tan silenciosas y, a la vez, tan determinantes como la llegada de las aplicaciones GPS. Como cliente insatisfecho de Google Maps, puedo dar fe de que incluso los avances más útiles tienen sus grietas cuando se ignoran las verdaderas necesidades del usuario. Hemos pasado de desplegar mapas tamaño sábana en el capó del coche a tener una voz robótica que nos dice con cierta autoridad: “gira a la derecha”. Y casi siempre le hacemos caso.

Hola Soy Gabriel. Autor de este Artículo
En este blog no escribo para que Google posicione mi contenido. Lo hago para compartir ideas. Así que si te ha gustado, puedes compartirlo en tus redes, porque Google no lo hará. 😥
De Mapas de Papel a Satélites en el Bolsillo
Estos sistemas han transformado la movilidad cotidiana. Desde repartidores hasta turistas desorientados, pasando por familias que ya no discuten por si era la salida anterior o esta, el GPS nos ha dado una brújula moderna. Y gratuita. Porque además de precisos, los servicios como Google Maps nos lo ofrecen todo sin pasar por caja: tráfico en tiempo real, alternativas, tiempo estimado y, lo más goloso, rutas “óptimas”. Reconozco que muchas de estas funciones son valiosas y una proeza técnica, pero también insuficientes cuando no se adaptan a las preferencias personales del usuario.
Claro que no fue sencillo llegar hasta aquí. Las primeras versiones sufrían de errores grotescos: te mandaban por caminos de cabras o calculaban tiempos como si fueras en jet privado. A mi tío, un antiguo Androute le secuestró durante una hora y le tuvo dando vueltas por el centro de la ciudad. Con el tiempo y millones de datos de usuarios, los algoritmos aprendieron. Aprendieron tanto que, a veces, creen saber más que tú sobre tu propia ciudad. Y ahí empieza el problema. Conocen tu ciudad mejor que tú, pero no te conocen a ti.
¿Cómo Decide Google Maps la Mejor Ruta?
Detrás del clásico “la ruta más rápida ha cambiado” hay un algoritmo complejo que se alimenta de muchos factores. Para trayectos en coche de menos de 50 km, Google Maps prioriza distintos criterios según el modo elegido:
- Ruta más rápida: calcula el tiempo en base a velocidad permitida, estado del tráfico y eventos en tiempo real (accidentes, obras, etc.)
- Ruta más corta: prioriza distancia, sin importar tanto el tiempo.
- Ruta más ecológica: minimiza el consumo estimado de combustible, evaluando pendientes, tráfico y tipo de vía.
- Evitar peajes, autopistas o ferris: configuraciones personalizables que modifican radicalmente los resultados.

Todo esto se procesa en segundos gracias a los datos de millones de móviles Android, sensores de tráfico y reportes de usuarios. El corazón del sistema suele estar basado en algoritmos clásicos como Dijkstra o su versión mejorada, A*. Ambos permiten calcular la ruta más eficiente entre dos puntos dentro de una red de caminos. Mientras Dijkstra evalúa todas las opciones posibles desde el punto de inicio, A* añade un componente heurístico que lo hace más rápido y adaptable, especialmente en mapas grandes.
Estas soluciones son ideales para encontrar rutas óptimas en términos de distancia o tiempo, pero aquí viene el matiz: no siempre esos datos reflejan la realidad subjetiva del conductor. Porque si algo no entiende el algoritmo, es el contexto personal. Lo que para Maps es óptimo, para ti puede ser un rodeo absurdo. En trayectos cotidianos se nota más que nunca; eso ha sido lo que me ha convertido en un cliente insatisfecho de google maps.
Qué le Pido a Google Maps, Pero No Hace
No siempre queremos tomar la ruta más rápida, ni la óptima. A veces, simplemente queremos la nuestra. Y lo más desconcertante: Google Maps lleva más de 15 años guiándonos por el mundo. ¿Cómo es posible que nadie en todo este tiempo haya pensado en algo tan sencillo como reconocer y cuidar la ruta favorita de un usuario? Especialmente en trayectos cortos.

En mi caso, tengo una ruta preferida para ir y volver del trabajo. No es ni la más corta ni la más rápida. Es la que me gusta: 21 minutos vs 18 minutos la más rápida. Utilizo la ruta que conozco. La que me resulta cómoda. ¿Por qué? Porque hay cosas que el algoritmo no ve. No son elementos objetivos que una algoritmo pueda detectar.
- Evitar un cruce donde siempre dudo. O una plaza con muchos carriles.
- Un mal giro a la izquierda que tiene un punto ciego.
- Evitar un bache que me hace maldecir,
- No tomar un trozo de autovía donde los coches circulan demasiado rápido
- O simplemente, una calle por donde no quiero pasar, porque cerca vive mi suegro o mi ex novia o hay una comisaría de policía y debo todavía cuatro multas.
El problema es que Google Maps no entiende de contextos personales. Es una herramienta fría y calculadora. Cuando conecto Android Auto, me dice con voz entusiasta: “20 minutos hasta casa, tráfico fluido”. Pero se refiere a su ruta, no a la mía. Así que, confiado, sigo por mi camino habitual, sin mirar el mapa. ¿Para qué? Ya me lo sé. Solo necesito saber si hay problemas. Maps me dijo que no había problema.
Pero entonces, sorpresa: atasco monumental, obra inesperada, y diez minutos más tarde de lo previsto. Google no me avisó, porque estaba empeñado en que tomara otra ruta. Y no la tomé. Porque no quiero. Porque no es mi ruta. Eso es lo que le pediría a Google Maps: no que piense por mí, sino que me ayude con mi lógica, no con la suya.
¿Tan difícil sería que el sistema aprendiera mis trayectos recurrentes y los tratara como preferidos? Podría avisarme si hay un retraso relevante —digamos, más de cinco minutos— y entonces sí, sugerirme un cambio. Un aviso del tipo: “Tu ruta habitual está más congestionada de lo normal. ¿Quieres una alternativa?”
Esta falta de personalización no solo es molesta, también puede ser peligrosa. Si tengo que ir mirando el mapa todo el rato para verificar que mi ruta está despejada, dejo de mirar la carretera. Es una distracción innecesaria que puede costar cara. Y si un día voy con mucha prisa y no me fío de mi navegador, puedo acabar conduciendo con ansiedad, cometiendo errores o incluso acelerando más de lo debido. Lo que debería ser una ayuda se convierte, en estos casos, en una trampa. Perder la confianza en esta herramienta me ha convertido en un cliente insatisfecho de Google Maps.
Reflexión Final
Google Maps es una maravilla tecnológica. Funciona con algoritmos precisos, analiza millones de datos en tiempo real y, en muchos sentidos, ha cambiado nuestras vidas para mejor. Pero incluso los productos más avanzados pueden fallar estrepitosamente cuando olvidan una verdad básica: la tecnología debe estar al servicio del usuario, no al revés.
Un usuario no siempre busca la ruta más rápida. A veces solo quiere la suya. Esa que le resulta familiar, cómoda o emocionalmente neutra. Google olvida una verdad elemental del marketing: los productos deben resolver necesidades, no deslumbrar con su ingeniería. Cuando una herramienta se empeña en impresionar más que en comprender, cuando prioriza su lógica sobre la experiencia real del usuario, deja de ser una solución para convertirse en un artificio de ingeniería.
¿De verdad Maps solo sirve para indicarte la ruta más rápida o la más ecológica? ¿Por qué no puede, también, indicarte cuándo tu ruta habitual no te conviene? La tecnología inteligente no es la que decide por ti, sino la que te escucha y se adapta. Ahí es donde Google tiene todavía mucho camino por recorrer. Esperemos que su IA les explique esto.