por qué el marketing tiene mala fama. El lado oscuro
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¿Por Qué el Marketing Tiene Mala Fama? La Incómoda Verdad

El marketing nació para ayudar; para conectar necesidades reales con soluciones útiles. Sin embargo, esa imagen se ha ido erosionando con el tiempo y ya se habla sin tapujos del lados oscuro del marketing. Se ha extendido la idea equivocada de que es una herramienta para manipular, exagerar o simplemente molestar. En este artículo pretendo defender al marketing, pero también quiero explicar por qué el marketing tiene mala fama y qué lo ha llevado a esa situación.

A veces me pregunto si existe una forma de recuperar su propósito original sin renunciar a la eficacia. Porque entender el problema es el primer paso para rescatar el valor de una disciplina que, bien usada, todavía puede hacer mucho bien. Quizás la respuesta esté en el marketing ético, pero no lo tengo claro todavía. Por ello no me adentraré en ese punto todavía y me limitaré a explicaros los motivos y las estrategias que han llevado al marketing a su estado actual. En otro artículo podremos explorar el alcance del marketing ético en este siglo.

Si quieres saber más sobre Marketing, puedes leer mi artículo: ¿Qué es el Marketing? Explicado en 10 Frases

¿Qué es el Marketing y Qué no es?

El marketing no es un conjunto de trucos ni un manual para manipular voluntades, encubrir carencias o engañar a los clientes. En su esencia, es un proceso para explorar, crear y entregar valor. Nació cuando la revolución industrial multiplicó la oferta y las empresas necesitaron algo más que producir: necesitaban entender al comprador. De allí que el marketing se convirtiera en un puente entre dos mundos: lo que una empresa ofrece y lo que un cliente necesita. Definir productos, precios, puntos de venta y formas de comunicarlos no es solo estrategia: es supervivencia.

el lado oscuro del marketing

Durante mucho tiempo, el marketing fue la herramienta que organizaba el caos. Con el crecimiento del consumo masivo, las marcas empezaron a segmentar, investigar, coordinar mensajes. El objetivo era claro: ser relevantes en un mar de opciones. Para las empresas, eso significaba eficiencia; para los compradores, acceso a productos que realmente resolvían algo. No era una batalla, era una danza. Y cuando se bailaba bien, todos salían ganando. Esa es parte de la respuesta a por qué el marketing tiene mala fama hoy: porque algunos han olvidado que en su origen se utilizaba para ayudar, no distraer o disfrazar.

Con el tiempo, el marketing se sofisticó. Dejó de ser promoción para convertirse en gestión de marca, diferenciación, experiencia de cliente. Pero en algún punto de este viaje, el marketing comenzó a torcerse. La presión por resultados inmediatos, el auge de la publicidad programática, la obsesión por los KPIs y los resultado… Todo eso alimentó una versión degenerada de lo que alguna vez fue una herramienta noble. El resultado: más gritos, menos sentido. Más ruido, menos valor.

Y así, la percepción cambió. Hoy muchos confunden marketing con spam, con anuncios que interrumpen, con ofertas que engañan. Y no están del todo equivocados, pero esa parte es el lado oscuro del marketing. Cuando la prioridad es el clic rápido, el lead a toda costa o la venta disfrazada de ayuda, el marketing deja de ser un puente y se convierte en una trampa. No es que el marketing sea malo. Es que se ha usado mal. Demasiadas veces. Por demasiada gente.

¿Por Qué el Marketing Tiene Mala Fama?

Durante décadas, el marketing ha sido acusado de manipular, exagerar y, en ocasiones, directamente mentir. Pero ¿qué hay realmente detrás de esa percepción? Esta sección se adentra en las causas que explican por qué el marketing tiene mala fama, analizando cómo ciertas prácticas desviadas — y no la esencia del marketing en sí– han deteriorado su imagen ante el público.

Promesas Vacías, Resultados Dudosos

Pocas cosas erosionan más la confianza que una promesa rota. Y en marketing, prometer está a la orden del día. Te aseguran un “precio especial”, que luego resulta ser el mismo de siempre. O te invitan a “probar gratis”, pero con letra pequeña que ni con lupa. Estas tácticas no son la excepción: son el pan de cada día en muchos sectores.

por qué el marketing tiene mala fama

¿El resultado? Cada vez que alguien escucha “marketing”, piensa en manipulación. Y no es por casualidad. Es porque demasiadas veces la experiencia ha sido decepcionante. Y eso tiene una explicación simple pero poderosa: las malas experiencias de compra se recuerdan mucho más que las buenas. El sesgo de negatividad actúa con precisión quirúrgica. Una sola vez que nos sintamos engañados o presionados basta para empañar decenas de interacciones honestas. El marketing, por su propia visibilidad, suele cargar con esa memoria selectiva del consumidor. Poco importa si la estrategia engañosa fue dictada desde la dirección o si el producto ya nació defectuoso. Es el mensajero al que todos disparan cuando la promesa no se cumple.

Ruido y Saturación

Vivimos en una feria de gritos digitales. Un scroll cualquiera puede mostrarte cinco anuncios, dos pop-ups y un chatbot que insiste en ayudarte mientras tú solo querías leer tranquilo. El marketing moderno ha confundido visibilidad con eficacia, y ha invadido cada rincón posible del espacio digital.

Precios y marketing

El problema no es solo la cantidad, sino la forma. Cuando el mensaje no aporta valor y solo interrumpe, lo que genera es rechazo. Como un vendedor pesado que no sabe cuándo retirarse.

Y aquí se produce una paradoja dolorosa. Porque muchas veces, el cliente no sabe realmente lo que necesita. No porque sea ignorante, sino porque no tiene tiempo, contexto o herramientas para identificar cómo un producto o un servicio podría ayudarle en su vida. La función del marketing –o más precisamente, de la comunicación en marketing– es hacer ese puente: traducir posibilidades en soluciones comprensibles.

Pero cuando el entorno se llena de mensajes huecos, gritos sin contenido y promesas infladas, ese marketing que quiere ayudar se vuelve inaudible. El ruido no solo tapa la esencia del mensaje; lo entierra bajo una avalancha de estímulos irrelevantes y trucos de salón. El buen marketing, el que escucha y propone con honestidad, queda relegado. Y el cliente, más confundido que antes, se aleja aún más de aquello que en realidad podría haberle servido.

De Herramienta a Sinónimo de Manipulación

Cuando el marketing deja de comunicar para empezar a empujar, entra en terreno pantanoso. La venta cruzada, por ejemplo, puede ser útil si te sugiere un accesorio que realmente complementa lo que compras. Pero cuando se convierte en una avalancha de productos irrelevantes, sin orden ni lógica, se percibe como una técnica que busca exprimir la tarjeta de crédito del cliente. El marketing digital ha explotado este recurso “ad nauseam.”

Y lo mismo pasa con ciertas estrategias de urgencia artificial o falsas escaseces. Cuando el único argumento que se ofrece al cliente es el precio, y encima se le presiona para comprar cuanto antes, lo que se está haciendo no es persuadir, sino manipular. Se intenta convencer por lo barato, no porque el producto realmente cubra una necesidad. Y al final, el cliente acaba comprando algo que no necesita o que no cumple con sus expectativas. Lo barato sale caro, peor es todavía peor cuando deja una sensación de engaño, muy difícil de borrar.

Una Industria en Sí Misma: Tecnología, Mentiras y Cintas de Vídeo

Parte del problema tiene rostro. El de los autodenominados “expertos” que venden fórmulas mágicas en forma de cursos, los gurús del éxito exprés, las agencias que inflan resultados para justificar su tarifa mensual. Y detrás de todos ellos, los algoritmos que premian lo llamativo por encima de lo auténtico. Incluso el marketing se ha especializado fuera de la formación reglada. Como no hay una asignatura en la Universidad que enseñe a mentir o engañar, alguien ha tenido que cubrir esas necesidades.

El marketing ha dejado de ser una herramienta al servicio de una visión, para convertirse en una industria en sí misma. Una que muchas veces no responde a los intereses del cliente, sino a los KPIs de turno. Ciertos expertos o agencias practican el lado oscuro del marketing sin contar con el cliente. Se centran en la empresa, en el mensaje, en el producto y ven al cliente como un trofeo de pesca. Muchos picarán. No satisface necesidades, sino que las crean o, incluso, se las inventan. Y las nuevas tecnologías en el marketing digital han hecho este proceso mucho más fácil.

El Cortoplacismo Como Enfermedad

Quizá el verdadero problema sea la obsesión por el ahora. Por la conversión inmediata, por el clic barato, por el lead que se convierte en venta aunque sea a costa de la reputación. Porque pensar en el largo plazo no vende tanto como una promesa de ROI instantáneo.

Pero como todo en la vida, lo que empieza rápido y mal, suele terminar peor. Incluso cuando se aplican modelos de planificación como las estrategias SMART –que exigen que los objetivos sean específicos, medibles, alcanzables, relevantes y con plazos definidos–, el problema no se resuelve por sí solo. Porque estos marcos son herramientas, no brújulas éticas. Se pueden usar tanto para mejorar una experiencia de cliente como para manipularla de forma meticulosa. Si el propósito está torcido, hasta la estrategia más bien diseñada puede convertirse en un plan muy eficiente para hacer lo incorrecto.

Estrategias que Han dado Mala Fama al Marketing

Ahora que hemos explicado por qué el marketing tiene mala fama, y donde está su lado oscuro, toca denunciar algunas de las estrategias que han contribuido a consolidar esa percepción negativa. No son ejemplos del buen marketing, sino desviaciones interesadas que han perjudicado la reputación de una disciplina que nació con otro propósito. Repasaré tres prácticas que, aunque no definen al marketing en su esencia, los clientes y usuarios los perciben como herramientas o estrategias inherentes de ese engaño.

Abuso de Precios en Todas sus Variantes

Las prácticas relacionadas con precios, como inflación artificial, descuentos ficticios o sobredimensionamiento de tarifas; erosionan la confianza más rápido de lo que se obtiene un clic. Los críticos señalan que muchos precios no reflejan el valor real, sino los costes publicitarios, la distribución hinchada o los márgenes excesivos. Es decir, comportamientos más propios de malos comerciales que de gestores inteligentes. El marketing debería informar de precios justos y transparentes, no disfrazarlos de ganga perpetua. Estas trampas no son defectos de la disciplina, sino atajos agresivos dentro de una estructura que no fomenta la ética.

Algunas de las tácticas más habituales que alimentan esta percepción son:

  • Inflación artificial de precios previos a descuentos: subir el precio base justo antes de aplicar un “descuento” para que parezca una gran oferta.
  • Descuentos ficticios permanentes: ofertas supuestamente temporales que están siempre activas.
  • Mantener precios a base de reducir la cantidad de producto en el envase.
  • Tarifas hinchadas por comisiones o “gastos de gestión” ocultos: añadir costes inesperados al final del proceso de compra.
  • Precios “ancla” irreales: mostrar un precio de referencia muy alto para que el actual parezca una ganga.
  • Versiones básicas limitadas artificialmente: restringir funciones esenciales para forzar la compra de versiones más caras.
  • Cobros recurrentes ocultos: suscripciones automáticas con renovaciones silenciosas o difíciles de cancelar.

Lo peor que le puede pasar a una empresa es que sus clientes cuestionen los precios. Cuando se da el caso, significa que hay mucha desconfianza. No solo en el producto, sino en todo lo que lo rodea: la promesa de marca, la calidad percibida, incluso la intención detrás de la oferta. Manipular precios siempre será una estrategia peligrosa, tanto a corto como a largo plazo. Pero se ha hecho, y muchas empresas lo seguirán haciendo por dos motivos. Primero porque ha funcionado bien demasiadas veces y segundo porque, por desgracia, los clientes tienen poca memoria.

Obsolescencia Programada

Quizá el epítome de la mala fama en marketing. Una estrategia que diseña productos con caducidad incluida para forzar repetición de compras. Documentos históricos como el cartel Phoebus –que limitó la duración de las bombillas–, la modificación deliberada de medias de nailon o el caso del iPod con batería irreemplazable ilustran el fenómeno. Es una desviación total del propósito original de la disciplina: satisfacer necesidades reales. Aquí el marketing no comunica valor, sino necesidad artificial.

Y sin embargo, resulta curioso que quien haya cargado con la culpa sea precisamente el marketing. Porque en realidad, la decisión de acortar la vida útil de un producto no suele nacer de un creativo ni de un publicista, sino de un ingeniero o un consejo de dirección. Se trata de una decisión de negocio, no de comunicación. Pero es al marketing al que se le pide que venda la idea, que le ponga cara amable al despropósito. Y así, por el simple hecho de ser el mensajero, se convierte en el sospechoso habitual.

Por suerte, instituciones como la UE promueven el “derecho a reparar” y la Unión Europea ya legisla contra estas prácticas. Algo está cambiando. Quizá también sea hora de repensar a quién apuntamos cuando algo huele a trampa.

Publicidad Engañosa

Otra de las tres columnas del descrédito y del lado oscuro del marketing. Se trata de anuncios que mienten, distorsionan o omiten información relevante. Estas prácticas confunden o engañan a los consumidores respecto a propiedades clave de un producto. Desde letras diminutas que cambian el sentido de una oferta hasta testimonios inventados, son maniobras que traicionan la esencia reputacional del marketing: crear relaciones basadas en confianza y transparencia. Por supuesto, el marketing genuino condena estas tácticas; el problema es que muchas veces se permiten o alientan.

De nuevo debemos preguntarnos quién es el causante de esto. ¿Un departamento de marketing que se limita a recibir órdenes? o ¿un departamento de marketing que sistemáticamente miente sobre el producto sin que la dirección de la empresa esté al corriente?

Conclusión

Entonces, ¿por qué el marketing tiene mala fama? Porque durante años ha sido la cara visible de decisiones cuestionables. Porque ha vendido promesas huecas, ha disfrazado trampas como ofertas y ha callado cuando debía advertir. No es que el marketing sea el culpable de todos los males; más bien ha sido utilizado como herramienta por quienes toman decisiones poco éticas. Y como suele pasar, quien comunica termina pagando los platos rotos de lo que otros deciden entre bastidores.

El marketing nació para conectar necesidades con soluciones, no para que los clientes compraran productos innecesarios. Su función debería ser ayudar, orientar, aportar claridad. Pero el uso indiscriminado de técnicas manipulativas, el abuso del precio como único gancho y la presión constante por resultados rápidos lo han transformado en algo muy distinto a su esencia original.

Recuperar su valor pasa por una sola acción: ética. No en forma de discurso corporativo, sino como práctica diaria. El marketing tiene mala fama porque ha servido demasiadas veces a intereses que poco tienen que ver con el cliente. Y si quiere dejar de ser el sospechoso habitual, tendrá que volver a hablar el idioma de la verdad, aunque eso no siempre rente a corto plazo.


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